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Amor, poder y deseo en la corte de los Estuardo

El reinado de Jacobo Estuardo, VI de Escocia (1567-1625) y I de Inglaterra (1603-1625), supuso una era de estabilidad relativa para los reinos de Inglaterra, Gales, Irlanda y Escocia, por primera vez unidos bajo un mismo soberano, encajada entre las turbulencias que marcaron el reinado de su madre en Escocia y el de Isabel I en Inglaterra y los conflictos que culminarían con la ejecución de su hijo, Carlos I.

Figura compleja y contradictoria, Jacobo (James, en inglés) fue considerado un rey intelectualmente brillante, devoto del conocimiento, amante de las letras y de las artes. Cultivó la escritura, incluyendo tratados políticos y versos poéticos, y mostró una inclinación poco habitual en la monarquía de su tiempo por los asuntos filosóficos y religiosos. No obstante, también fue descrito por sus contemporáneos como un hombre voluble, desconfiado y proclive al favoritismo, especialmente hacia jóvenes cortesanos por quienes profesó un afecto que, siglos después, continúa generando interpretaciones y controversias.

Casado con Ana de Dinamarca, Jacobo fue elogiado por su aparente castidad. Sin embargo, su escaso interés hacia las mujeres y sus intensas relaciones con ciertos hombres de su entorno han dado pie a hipótesis sobre una orientación homosexual o bisexual. Aunque no existen pruebas concluyentes sobre la naturaleza íntima de estas relaciones, las expresiones de afecto, los títulos nobiliarios, las riquezas y la cercanía que ofreció a algunos favoritos han llevado a los historiadores a especular con insistencia.

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Entre la intimidad y la política: los favoritos del rey

Tres figuras destacaron por su vínculo singular con el monarca: Esmé Stuart, Robert Carr y George Villiers. Todos ellos alcanzaron un poder considerable, y sus relaciones con Jacobo estuvieron marcadas por una mezcla de afecto, dependencia y ambición.

Esmé Stuart (1579-1582)

Noble francés y primo lejano del rey, fue el primero en despertar su devoción. Se conocieron en 1579 en el castillo de Stirling (Escocia), cuando Jacobo tenía apenas 13 años. El joven monarca quedó profundamente impresionado por el refinado cortesano, 30 años mayor, que pronto se convirtió en su confidente más cercano. Las cartas intercambiadas entre ambos reflejan un vínculo intenso, teñido de ternura y admiración mutua. Esmé abandonó a su familia en Francia para permanecer junto a Jacobo en Escocia, convirtiéndose incluso al protestantismo para aplacar la desconfianza que despertaba su fe católica en los nobles de la corte escocesa. Sin embargo, su creciente influencia provocó inquietud entre los mismos, que lo acusaron de querer arrastrar al rey hacia el catolicismo. La presión fue tal que Esmé fue exiliado en 1582, y murió un año más tarde sin volver a ver a Jacobo.

Robert Carr (1607-1615)

La segunda gran figura en la vida privada del monarca fue este joven escocés que captó su atención en 1607 tras caer de su caballo durante un torneo. Fascinado por su belleza, Jacobo se ocupó personalmente de su recuperación y lo introdujo rápidamente en la corte inglesa como gentleman of the bedchamber [caballero de cámara o gentilhombre], un cargo que le permitió ascender velozmente en la estructura del poder. En 1613 fue nombrado conde de Somerset y consolidó su posición gracias a la generosidad del rey.

Carr mantuvo una relación ambigua y conflictiva con el escritor Thomas Overbury, su secretario y probablemente amante. Los celos del rey, sumados a la oposición de Overbury al matrimonio de Carr con Frances Howard, condesa de Essex, derivaron en un oscuro episodio que culminó con la muerte de Overbury en la Torre de Londres en 1613, posiblemente envenenado con el conocimiento de Carr y Frances. Cuando la verdad salió a la luz, ambos fueron juzgados y encarcelados. Aunque Jacobo les perdonó la vida, Carr cayó en desgracia.

George Villiers (1615-1625)

En medio de este escándalo, emergió George Villiers, el favorito más duradero e influyente. Su primera aparición en la corte, en 1614, marcó el inicio de una vertiginosa ascensión. De una belleza celebrada incluso por miembros del clero y filósofos como Francis Bacon, Villiers fue rápidamente acogido por Jacobo, quien le colmó de títulos y propiedades: vizconde en 1616, conde al año siguiente, marqués en 1618 y finalmente duque de Buckingham en 1623. Su matrimonio con Katherine Manners aumentó su fortuna y su familia entera fue beneficiada por el afecto del rey, que los integró como si fuesen su propia sangre.

Las cartas entre Jacobo y Villiers están impregnadas de un lenguaje apasionado. En una de ellas, el monarca llega a referirse a Villiers como su “esposo”, y a sí mismo como su “esposa fiel”. Aunque las convenciones epistolares del siglo XVII permitían expresiones afectuosas entre hombres, el tono, la frecuencia y la naturaleza de sus interacciones han sido interpretadas por muchos como prueba de un amor romántico o incluso sexual. Durante su relación, Jacobo volvió a escribir poesía, celebró el matrimonio de Villiers en versos llenos de emoción y se apoyó en él incluso en decisiones diplomáticas arriesgadas, como el frustrado viaje a España en 1623 para concertar el matrimonio de su hijo y heredero el príncipe Carlos con la infanta María.

Jacobo murió en 1625, con Buckingham a su lado.

Jacobo I, un rey entre el escándalo y la comprensión

Desde el siglo XVII, la figura de Jacobo ha sido objeto de análisis bajo distintas ópticas. En su época, algunos escritores tildaron su comportamiento de escandaloso, mientras que en siglos posteriores se le acusó de libertinaje o se intentó racionalizar sus vínculos como amistades idealizadas, propias de su tiempo. Otros estudiosos, sin negar su posible orientación sexual, han subrayado la complejidad emocional y política de sus relaciones, evitando reducirlas a etiquetas modernas.

La crítica más persistente se ha centrado en las cartas amorosas que dirigió a sus favoritos, especialmente a Villiers. Las reacciones han oscilado entre el rechazo moral, el silencio, la reinterpretación romántica o la desestimación total del deseo real del monarca. Algunos historiadores han abierto la puerta a reconocer su orientación, solo para cerrarla con fórmulas evasivas o eufemismos históricos.

Sin embargo, lejos de definiciones tajantes, lo que emerge del estudio de Jacobo I de Inglaterra es el retrato de un rey humano, con afectos genuinos, ambiciones complejas y contradicciones propias de su tiempo. Su historia, marcada por la tensión entre el deber monárquico y el deseo personal, nos invita a reconsiderar la forma en que entendemos la intimidad, el poder y el amor en los pasillos de la historia.


Source: Interés

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