He apoyado hasta en los momentos más confusos a Juan Guaidó por lo que representa en la oposición y en el mundo, su liderazgo circunstancial se ha consolidado por su constancia y firmeza, ciertamente no ha logrado alcanzar el objetivo de sacar a Maduro del poder por la vía del uno, dos, tres que movilizó en su momento a millones de venezolanos a las calles y mantuvo viva la esperanza de un pronto desenlace que hoy luce distante, pero si obtuvo importantes apoyos de gobiernos y organismos internacionales que visualizaron en la comunidad internacional la lucha para recuperar la democracia en Venezuela.
Para intentar entender el cambio de la estrategia abstencionista, por otra que posiblemente nos conduzca a participar en las próximas elecciones y a la cohabitación con el régimen, hay que describir el código genético de los partidos democráticos y de los políticos que los conducen, constituidos por diseño para participar en elecciones, medirse en las urnas, organizarse desde la base hasta su máxima dirigencia para el sacrosanto ejercicio del sufragio, en donde los partidos legitiman su existencia discursiva y simbólica, accediendo en los distintos niveles de elección a ejercer cuotas de poder que cohesiona y mantiene a flote a las organizaciones y a sus militancia.
Para dejarlo en claro y que no quepa dudas, con pocas excepciones de dirigentes que mantienen una posición que es calificada de radical por negarse a negociar con los secuestradores de las instituciones y la democracia, la oposición venezolana actual no está formada ni preparada para la resistencia a un régimen autoritario, como si lo hizo la que enfrentó en la década de los 50 la dictadura de Pérez Jiménez, es verdad que los momentos son distintos y los protagonistas son otros, personalmente observo cierta incomodidad en Guaidó, cuando no termina de aclarar si la oposición que representa está negociando con Maduro el final del mantra cese de la usurpación, si este accede a unas garantías y unos garantes para una elección medianamente transparente como declaró el recién nombrado rector del CNE Enrique Márquez, en un arranque de sinceridad que se agradece, porque para los que ven el vaso medio lleno es un estimulo para participar ya que algo se ha logrado avanzar y para quienes lo ven medio vacío, les ratifica que sin condiciones transparentes es inútil lanzarse al ruedo electoral, porque el electorado ha sido convencido que el voto solo será respetado en unas elecciones libres, transparentes y verificables.
Hay que reconocer que el cambio de administración en los Estados Unidos y el impacto de la pandemia en el mundo pesan en este giro que Guaidó llama “Acuerdo de Salvación Nacional”. Las sanciones a funcionarios del gobierno de Maduro han cumplido su objetivo y están aislados, en cuarentena política internacional. La caída de la producción y refinación de petróleo, con las consecuencias que tiene en la merma de ingresos para el gobierno y el descontento que crece por el desabastecimiento de gasolina y gasoil se reproducen en Cuba, en donde prácticamente el transporte público y la poca industria que queda está paralizada por falta de combustibles, la tutela cubana a Venezuela podría en teoría retroceder un paso y considerar que para ganar tiempo hay que conceder en algo, entregar unas cuantas gobernaciones y alcaldías para saciar un poco la sed de ejercicio de poder de los partidos opositores que ya dura mucho, total, la nueva geometría del poder y el estado comunal son el verdadero objetivo, el único poder que dejará a gobernadores y alcaldes desprovistos de funciones y asignaciones presupuestarias, sin poder fáctico no importa la organización, los candidatos, la campaña y las victorias que se obtengan, porque incidirán poco en el mejoramiento de la vida de sus comunidades y casi nada para la salida de Maduro. El Acuerdo de Salvación Nacional que está proponiendo Guaidó, si no logra incluir la elección presidencial o una garantía creíble de un revocatorio presidencial no va a salvar nada ni a nadie, en este punto es cuando veo de nuevo a Maduro pateando la mesa y a la oposición asaltada como Hamlet el personaje de Shakespeare, entre las dudas y los fracasos de ser o no ser, planteándose qué decisión tomar.
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