Editorial El Tiempo (Colombia): Noche nefasta

Personas vandalizan una estación de policía después de que un hombre, que fue detenido por violar las reglas de distanciamiento social, muriera por haber sido golpeado repetidamente con una pistola paralizante por parte de agentes, según las autoridades, en Bogotá, Colombia, el 9 de septiembre de 2020. REUTERS / Luisa González

 

El país amaneció ayer triste, aturdido, dolorido. Más allá de cualquier postura o ideología, lo ocurrido en la noche del miércoles en Bogotá y Soacha sacude, toca fibras: cerca de 10 muertos –aún las cifras no son claras–, más de cincuenta heridos, más de diez CAI quemados y nueve buses de TransMilenio, así mismo, incinerados. Esto sin incluir los daños a locales e infraestructura del espacio público.

Tal panorama obliga a observar lo sucedido en toda su complejidad. Como ya se dijo en este espacio ayer, los hechos que rodearon la muerte de Javier Ordóñez y dieron pie a los disturbios son muy graves, inaceptables. Hay que reafirmar cuán preocupante resulta lo recurrente de hechos así, marcados por la brutalidad policial, y lo inaplazable de una discusión franca sobre todas las fallas estructurales –en temas como los procesos de incorporación y formación, por poner un ejemplo– en la institución policial, que deben ser corregidas. También, reiterar el llamado a que cualquier policía que deshonre el uniforme sea debidamente sancionado. Igual suerte deben correr los uniformados que hayan podido incurrir en abusos el miércoles: en este sentido hay denuncias muy graves, que van desde disparos a civiles hasta agresiones a por lo menos seis periodistas. La alcaldesa Claudia López habló de “uso indiscriminado de armas”.

Señalamientos que no pueden quedarse en la órbita de las declaraciones o de las redes sociales. Tienen que hacer el tránsito a denuncias ante las instancias correspondientes y terminar, si las pruebas así lo sustentan, en castigos a los responsables.

La crisis debe llevar a robustecer la confianza en la Policía, no a lo contrario: una anarquía en la que todos perdemos

Dicho lo anterior, hay que condenar con igual vehemencia la manera como unos pocos vándalos atacaron a la Policía, sus instalaciones y cuanto encontraron a su paso, incluidos locales y bienes que son de todos los bogotanos. La arremetida fue feroz: cuatro uniformados recibieron heridas de bala. Desde estos renglones se ha defendido el derecho a la protesta social pacífica, pero también se ha condenado, y hay que volverlo a hacer, aquella que está signada por la violencia. Responder a un hecho violento con la misma moneda crea una espiral de odio de la cual es muy difícil salir. Colombia sí que sabe de eso. Hay que ser enfáticos también en que señalar las fallas de la Policía e invitar a corregirlas es muy diferente a promover ataques sistemáticos contra esta, plagados de injustas generalizaciones y nefastas consignas. Que quede muy claro: la Policía es una institución indispensable para la convivencia y la prevalencia del Estado de derecho.

Generalizaciones que se derrumban ante las reacciones de buena parte de los habitantes de los barrios cuyos CAI fueron atacados. En algunos casos, la misma noche del miércoles, como ocurrió en el barrio Modelo, rodearon la instalación para protegerla. En otros, como se vio ayer, se ofrecieron a colaborar en su reconstrucción al tiempo que expresaban su preocupación ante las versiones infundadas de que estos ataques reducirían la presencia policial en sus entornos.

La consternación debe dar paso a la acción. Esta grave crisis es una oportunidad para robustecer la confianza de la gente hacia su Policía y no para, con mezquindad, apostarle a su debilitamiento y, por ende, a una anarquía cuya única certeza es que todos perdemos.


Este articulo fue publicado originalmente en El Tiempo (Colombia) el 10 de septiembre de 2020

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Source: La Patilla

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