Enrique Navarro: ¿Y después de Ucrania, qué?

Durante semanas Occidente asistió con su parsimonia buenista al despliegue de la fuerza rusa de invasión, creyéndose las pamplinas sobre maniobras, retiradas parciales, posibilidades de acuerdos que salvaguardaran la paz etc. etc. Mientras, Rusia ha ido conformando la mayor fuerza militar en Europa desde 1945; la inteligencia americana calcula que la mitad del ejército ruso está alrededor de Ucrania con unidades traídas desde Siberia en viajes de miles de Kilómetros, más de quinientos aviones de combate y un despliegue naval de mas de cincuenta buques. El único precedente de esta envergadura es la guerra de Irak de 2003.

Dentro de unas décadas, nos preguntaremos cómo empezó todo esto, y la respuesta será la misma, la claudicación moral de Occidente frente a enemigos que se comportan como nuestros antepasados de hace generaciones, sin ninguna restricción, con ambición desmedida y un desprecio absoluto por la vida humana. Esto es lo que tenemos enfrente y en muchos países dentro desde 1945 en Europa. Gobiernos que son capaces de pactar con quiénes se comportaron de esta manera, son la mayor prueba de nuestra claudicación moral.

Esta claudicación tiene una causa directa: se ha perdido la fe en los valores indispensables para la supervivencia de una nación o de una civilización. Por el contrario, la insoportable búsqueda de la paz, empujada por sociedades dispuestas a caer en las manos del totalitarismo antes que a morir en el campo de batalla nos conduce irremisiblemente a la derrota. Las generaciones posteriores descubrirán que no nos ganaron sino que nos rendimos.

Occidente debía haber aplicado las sanciones desde el comienzo de las maniobras, no hay que ser polite cuando se trata de la defensa de tu país; debía haber armado a Ucrania mucho antes de que empezaran las hostilidades y haber congelado los fondos rusos en el exterior. Si querían un casus belli, mejor que sea real y de nuestro lado, que no la burda ficción que la televisión rusa está montando de que Ucrania planea la invasión de Rusia, justo cuando está rodeada.

En unas semanas, ante la inacción Occidental, caerá Ucrania; sólo será el primer paso ¿Por qué detenerse? Sus tropas estacionadas ya de forma permanente en Bielorrusia y en Ucrania se abalanzarán sobre Moldavia, que todavía no es miembro de la OTAN y las tropas rusas se estacionarán en la frontera de Rumanía, en la de Polonia y en los Bálticos. No encontraremos a nadie en España dispuesto a enviar a sus hombres a morir por Moldavia, que debemos pensar que es un reino de película como Zamunda.

Nos tranquilizaremos a nosotros mismos afirmando que si atacan un país de la OTAN entonces entrará en aplicación el Artículo V, y todos, como el primo de Zumosol, iremos a defender las repúblicas bálticas y Polonia; no lo haremos tampoco. Llegados a este punto, sólo nos quedará la amenaza nuclear, y nadie en Occidente tomará la decisión de atacar nuclearmente a Rusia, ni siquiera darán a entender que esto es posible, para no molestar a gran Oso ruso.

¿Que harán Macron, Biden o Scholz cuando se apresten a enviar sus brigadas a Lituania y Putin saque sus ojivas nucleares y las disponga en la frontera? Ya no haremos nada, y todo porque una vez más no supimos detener a tiempo la amenaza. Como bien se dice en El instante más oscuro, “¿cuándo vamos aprender esta lección, que no se puede razonar con un tigre cuando tienes la cabeza en su boca?” No aprendemos.

Putin no tienen a nadie enfrente; nadie más que él está dispuesto a jugarse el mundo a pares o nones; tenemos enfrente a un enemigo capaz de cualquier cosa para derrotarnos, lo peor es que sabe que tampoco tiene que hacer mucho, unos sustos le serán suficiente.

En la ilógica de la guerra, sólo tu predisposición a combatir te da la superioridad, tu actitud complaciente con la derrota o con la negociación te coloca en una situación de derrota, y ésta es la Europa que hemos creado dirigida por activistas sin más experiencia que paralizar desahucios, asistir a botellones o discotecas pijas, congresos marianos, conciertos subvencionados, tirar piedras a los policías, y sacar títulos a base de chuletas o de enchufes.

La Segunda Guerra Mundial se ganó porque se defendían valores éticos, morales y religiosos. Los aliados estaban convencidos de tener la razón frente a la barbarie y ante la posibilidad de tener que vivir bajo el yugo nazi, las sociedades estaban dispuestas a morir. Ahora, todo es diferente, ya nadie está dispuesto a morir por su patria o por sus valores éticos, porque lamentablemente hay un discurso imperante que dice que la paz de la derrota es preferible a cualquier otra opción. Cuando se llega a tener un ministro de defensa que dice “que antes de matar prefiere morir”, pues blanco y en botella .. de vodka.


Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital el 22 de febrero de 2022


Source: La Patilla

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