Juliette Valdés Diego: Fijando precios, quitando libertad

 

Han sido varios los precios que luego de ser subidos por el Gobierno cubano han tenido que ser revisados y bajados. El evidente disgusto popular ha echado por tierra años de esforzados cálculos de los sesudos economistas ministeriales, lo que deja la duda siguiente: si eran admisibles tarifas más bajas como las que finalmente se establecieron, ¿por qué inicialmente las fijaron tan altas? ¿la intención será cobrar tanto como el cubano se deje?, y aún más importante ¿cuántos precios quedan aún así fijados?

Este tanteo del Gobierno con los precios como si la isla fuese una quincalla, confirma lo que es dogma científico establecido desde hace cien años: la economía planificada centralizada -el socialismo- es insostenible precisamente por su incapacidad congénita para generar precios, sin los cuales no hay base real para los cálculos económicos, lo que impide que la sociedad se organice.

Usamos con toda intención el “se organice” la sociedad -resaltando horizontalidad y espontaneidad- contraponiéndolo al proceder castrista de “organizar” de arriba abajo la sociedad según un diseño predeterminado ideológicamente; “ideología” que más que ideas es la arrogancia de creer saber lo que es mejor para los demás, que siempre termina en el hacer lo que es mejor para ellos mismos y que depende de privar al individuo de su autonomía y libertad.

Pero como bien dijo Proudhon: “La libertad no es hija del orden, sino su madre”, la organización descentralizada y espontánea de una sociedad abierta -en términos de Popper- no es caótica, y no lo es precisamente porque está guiada por precios que fluctúan libremente como plasmación numérica de la información generada en la interacción de millones de personas expresando sus preferencias particulares.

Los precios son un puente entre el mundo interior y exterior de las personas, son el lenguaje que traduce los deseos individuales en algo visible para todos permitiendo armonizar demanda y producción optimizando el uso de los siempre escasos recursos.

Para que existan precios -precios libres se entiende- se precisa libre mercado, es decir, intercambio voluntario y dinero: el intercambio voluntario es la única manera de que se expresen las preferencias de los individuos; el dinero -entendido como medio de cambio comúnmente aceptado- es la herramienta que convierte lo abstracto en ese conjunto de señales numéricas conocidas como precios.

Como en Cuba no hay intercambio voluntario no se generan precios, se pierde así un vocabulario esencial para la armonía de la sociedad, esta se hace insostenible y, por ello, siempre dependiente de recursos generados fuera de ella misma y de alguna manera recibidos casi gratuitamente, ya sean remesas familiares o subsidios soviéticos o venezolanos.

Para remediar tal carencia y dar cierto orden, el Gobierno cubano mediante comisiones ministeriales establece tarifas internas fijándose en mercados externos o directamente copiándolas del mercado negro nacional.

A falta de libertad empresarial y de competencia, las empresas cubanas -cada una de ellas un pequeño monopolio- obvian completamente la demanda y forman precios desde los costos de sus insumos: suman cuánto les cuesta producir, les ponen un porciento por encima como ganancia y listo, ya tienen un “precio conformado”.

Este mecanismo impide conocer si las empresas son sostenibles o no, para más inri, cualquier ineficiencia en una se contagia automáticamente y contamina al sistema entero, algo que terminan pagando los consumidores en forma de productos de baja calidad, caros y superfluos que abarrotan los inventarios de productos no vendidos.

Sin precios libres es imposible saber qué, cuánto y de qué calidad producir; en definitiva, es imposible saber si se están utilizando los recursos del modo más adecuado. Como el concepto mismo de consumidor desaparece, se actúa a ciegas, de ahí que las economías planificadas sean las más desorganizadas del mundo.

Impedido el surgimiento natural de los precios, lo que queda es la imposición de un gobierno que escamotea a la gente su derecho a expresarse, y fija unos valores que expresan preferencias y necesidades suyas, no de la sociedad; un crimen en sí mismo, pero además, una condena a la miseria.

Los precios libres no garantizan la libertad o el progreso, pero la ausencia de ellos sí garantiza el totalitarismo y el estancamiento económico, pues la única alternativa a la libertad de mercado es la libertad del gobierno a actuar a su antojo.

La Tarea Ordenamiento, como bien dice su nombre, es el intento de un Gobierno cubano que para su mejor conveniencia intenta ‘ordenar’ la sociedad, lo que lo conduce a patetismos como establecer el “precio correcto” de una bola de helado, muestra de hasta qué punto el sistema castrista es totalitario, y en última instancia, ridículo.


Este artículo se publicó originalmente en CiberCuba el 15 de enero de 2021

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Source: La Patilla

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