En estos días, mientras muchos por acá hacían de las elecciones estadounidenses su particular y onanista épica propia, arrancó la campaña electoral de los inscritos a participar en las elecciones para la Asamblea Nacional convocadas por el poder despótico. Más allá del grito de indignación elevado al cielo al contemplar las imágenes que mostraron en algunos sitios del país, Caracas por ejemplo, la irracional aglomeración de personas contraviniendo lo que el más elemental de los sanos juicios recomendaría evitar en tiempos de pandemia, caben algunas reflexiones en torno a lo que esta campaña va a significar en términos de consecuencias a dejarse sentir sobre el grueso de la población venezolana.
De nuevo, como en pasados momentos de la historia reciente, se dilapidarán ingentes recursos de la renta nacional en lo que, a fin de cuentas, terminará siendo basura electoral. Todo ello con la única aspiración de lograr lo que un exministro, que, por supuesto, guardó vergonzoso silencio cuando formaba parte del cotarro para luego respirar por la herida al quedar fuera del círculo de los elegidos (lo cual ha sido comportamiento común entre ellos), describió como la necesidad de consolidar el poder político y la fortaleza de la revolución, independientemente de que ello implicase gastar a borbotones lo que no se tenía y además se sabía jamás podría recuperarse. Es decir, lo que acaba de comenzar ya se ha hecho en otras oportunidades e igual se hará en la actual. Cueste lo que cueste, el único objetivo de la autodenominada revolución bolivariana es permanecer en el poder. Ésa es su intrínseca razón de ser.
A la par que ello ocurra, las penurias de millones de venezolanos continuarán inalterables, a no ser que sea para profundizarse. Sectores como la salud o la educación, verbigracia, permanecerán al garete, con maestros, médicos, enfermeros, profesores universitarios, etc., devengando sueldos y salarios indignantes que nos les permiten cubrir sus necesidades básicas y con la gente que acude a estos servicios recibiendo cada día, en caso de obtenerlas, respuestas que, siendo elegante, solo pueden tildarse de insatisfactorias por el total abandono en que dichos sectores se encuentran.
Mientras los recursos requeridos para atender verdaderas necesidades se van para la propaganda electoral, que es lo mismo decir se esfuman en mentiras descaradas y manipulación obscena, la diáspora seguirá incrementándose ante la certeza de los connacionales que sienten que cualquier horizonte de progreso se ha borrado por completo en ésta, su tierra. Mientras aquí y allá se baile en la campaña electoral, los indicadores de vida del venezolano promedio seguirán deteriorándose y palabras como hambre permanecerán en el habla cotidiana para describir la situación de millones a quienes una engañifa electoral no les surte la despensa.
Serán, en todo caso, un trío de semanas para practicar el cinismo, la despreciable justificación de lo que por mera humanidad es inaceptable. Quienes causaron privaciones evadirán su responsabilidad al respecto y jugarán con la esperanza de quienes todavía puedan tenerla y/o con la necesidad de quienes cotidianamente la sufren, con la exclusiva finalidad de que no se desmonte el tinglado con el que pretenden validar su permanencia en el poder. En las horas por venir, en medios oficiales o acomodaticios, se hablará de “fiesta electoral”, de reafirmación de la soberanía popular, mientras los que anhelantes esperan alimentarse se enfrentan a la imposibilidad de hacerlo adecuadamente. Para decirlo con la expresión que mejor lo describe, serán días en que la cara de los falsarios será cada vez más de tabla.
Indolencia e hipocresía como banderas electorales. ¡Cuán grande es nuestra desgracia!
@luisbutto3
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