El plan que quiso convertir un pueblo de Zaragoza en capital de España para imitar a Washington, Nueva Delhi y Camberra

El plan que quiso convertir un pueblo de Zaragoza en capital de España para imitar a Washington, Nueva Delhi y Camberra

Si hace casi un siglo el arquitecto menorquín Nicolau Rubió i Tudurí se hubiese salido con la suya, España sería hoy un país bastante distinto al que conocemos. Y probablemente también su historia. Al fin y al cabo lo que Rubió i Tudurí propuso allá por el verano de 1931, con la Segunda República aún cuajando, era desplazar el centro neurálgico de la nación ni más ni menos que 270 kilómetros en línea recta: arrebatarle la capitalidad a Madrid y llevarla a Utebo, una pequeña localidad de la provincia de Zaragoza que entonces apenas tenía unos 2.500 habitantes.

El punto de partida del arquitecto, catalanista convencido, estaba muy claro: un nuevo modelo de país necesitaba una nueva capital, una que partiese de cero. O casi. Con ese propósito ideó toda una planificación —gráficos incluidos— que hoy se suman a la estimulante y en ocasiones delirante crónica distópica patria.

Nuevo país, nueva capital. Para entender la idea de Rubió i Tudurí hay que comprender antes su contexto. Su propuesta la puso sobre la mesa en julio de 1931, que fue cuando la presentó durante una exposición de la Asociación de Arquitectos de Cataluña y en una breve reseña publicada en la revista Mirador, que aún hoy puede consultarse en la web de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (BVPH). En ambos casos fue más allá de las palabras. Para darle más lustre, el arquitecto elaboró infografías sobre su modelo de capital soñada, esquemáticas pero claras.

Si su idea de crear una nueva capital era peculiar, el contexto en el que Rubió y Tudurí lanzó la idea no lo era menos. Hacía solo unos meses de la proclamación de la Segunda República, que estaba aún dirigida por el Gobierno provisional liderado por Niceto Alcalá-Zamora, y la nueva Constitución no se promulgaría hasta tiempo después, en diciembre de ese año. Con ese telón de fondo, el arquitecto menorquín decidió contribuir al debate y el diseño de la república desde su particular visión del país. ¿Cómo? Sacando la escuadra y diseñando «una nueva capital federal».

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Infografía recogida el 16 de julio de 1931 en el artículo de ‘Mirador’.

Borrón y cuenta nueva. «Una República Federal, si España llega a serlo, no puede tener por capital una ciudad habituada a 500 años de centralismo», señala el arquitecto, diseñador de jardines y urbanista de Maó en su artículo de Mirador. Convencido de la necesidad de ese cambio, su atención se centró, probablemente para asombros de no pocos colegas, en el entorno de una localidad zaragozana: Utebo, que a comienzos de esa misma década rondaba los 2.500 vecinos.

Que se fijase en ella no es casualidad. La localidad estaba a distancias similares en línea recta de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, muy cerca de Zaragoza y en un margen del río Ebro. «Razones de lengua, transporte, neutralidad relativa del país y otras aconsejan este lugar», reflexionaba Rubió y Tudurí. En un guiño al rol que debía desempeñar y la proximidad del Ebro, el intelectual decidió rebautizar a la que sería la capital de la república española con un nombre a la altura: Iberia.

Adiós megalópolis. Había una razón más para apostar por Utebo, creía el arquitecto. Una que iba más allá de la geografía, la geopolítica o la cultura. Rubió y Tudurí estaba convencido de que una ciudad llamada a convertirse en capital de un Estado no debía ser grande ni populosa, sino eminentemente funcional.

«¿Hay que decir que una capital moderna ha de ser una ciudad-gerencia y no lo que se denomina una gran ciudad?», se preguntaba el urbanista: «Me parece que no hace falta repetir estas cosas conocidas». Y para reforzar su argumentario citaba algunos casos concretos en EEUU o Australia. «Los ejemplos de Washington, de Camberra o de Nueva Delhi, en la India , son lo suficiente demostrativos».

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Infografía recogida el 16 de julio de 1931 en el artículo de ‘Mirador’.

Una capital nueva, «sin complicaciones». «España necesita para su República Federal una capital nueva, construida para la eficiencia de las funciones de Gobierno, sin complicaciones de gran ciudad, sin industria, sin un comercio independiente, sin ‘personalidad'», reflexionaba Rubió y Tudurí: «Una ciudad neutra, habitada por funcionarios y representantes de actividades federales».

Para ajustarse a ese rol eminentemente práctico y acotado a los roles institucionales y ejecutivos, incluso proponía que la ciudad tuviese «un crecimiento limitado» y no rebasase los 150.000 censados, más o menos la población actual de Logroño. A la hora de desgranar su proyecto en las páginas de Mirador, el propio Rubió i Tudurí asume que el suyo no es un proyecto urbanístico «hecho para agradar”, sino partiendo de una óptica básicamente funcional y práctica.

Un callejero institucional. «No pertenece a la arquitectura estética, sino a la objetiva», subraya. Sus infografías confirman esa visión de una ciudad tecnócrata, cuadriculada, diseñada desde su misma base con un criterio cien por cien práctico y que huye de florituras. Las funciones de gobierno se concentrarían en edificios extendidos en dos líneas que acogerían las secretarías políticas y ministerios.

En un lugar clave se emplazarían las oficinas del primer ministro y el Parlamento y no muy lejos de allí se localizarán otros organismos clave para la buena marcha de la república, como las sedes del Tribunal Constitucional y Supremo, la Casa de la Moneda o la guardia federal. El plano incluye también un parque, la residencia presidencial y viviendas destinadas a embajadores y altos funcionarios.

Sin coches privados. «La función de vivienda está cubierta por tres filas de rascacielos, de 120 metros de altura, separados por espacios plantados de árboles. Entre las hileras segunda y tercera, dos grandes campos para juegos», sugiere. Su Iberia soñada apostaba además por un peculiar modelo de movilidad urbana: casi sin coches privados y con una red pública de transportes que transcurriría por canalizaciones subterráneas e incluso estaría dotada de «una línea aérea».

Para salir o llegar a la capital desde otras ciudades de la península o países extranjeros, Iberia dispondría de su propia estación intermodal, una terminal «aérea-ferroviaria-automovilista» dotada de su propio hotel, de 240 m de alto. Que quisiese grandes torres no significa que Rubió y Tudurí estuviese dispuesto a hacer concesiones a la recreación arquitectónica: todas sus ideas debían interpretarse, recalcaba, como «la traducción en cemento y hierro de una estructura política».

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La gran pregunta en 2024. Las ideas de Rubió y Tudurí se quedaron en eso. Ideas. Hace tres años el Ayuntamiento de Utebo confirmaba a El País que no llegó a construirse nada de su ambicioso plan y hoy hay quien señala que la propuesta del menorquín era más bien «un globo sonda» lanzado en un contexto político muy peculiar, no un planteamiento político y arquitectónico «pensado seriamente».

Quedan en cualquier caso los planos, las descripciones, su argumentario… Y una pregunta igual de fascinante: ¿Por qué se fijó el arquitecto de Maó precisamente en Utebo y no en cualquiera otra localidad de la zona? Hay quien cree que, además de las ventajas geográficas y políticas que él mismo expone en Mirador, el arquitecto pudo descubrir la villa zaragozana durante la Exposición Internacional de 1929.

Para esa cita se elaboró una réplica de la impresionante torre mudéjar de Utebo. Hoy, casi un siglo después, esa copia sigue en el Pueblo Español de Montjuic. Las ideas de Rubió y Tudurí se mantienen preservadas en archivos y hemerotecas, donde sus siguen sorprendiendo aún hoy, ya bien avanzado el siglo XXI.

Imágenes | Santiago López-Pastor (Flickr) y Archivo de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (Ministerio de Cultura y Deporte)

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La noticia

El plan que quiso convertir un pueblo de Zaragoza en capital de España para imitar a Washington, Nueva Delhi y Camberra

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Carlos Prego

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Source: xataka

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