Me encuentro en el Café Venezuela de la esquina de Gradillas con un amigo que conocí cuando iniciaba la Misión Sucre y con una amiga que estuvo vinculada a los inicios de la Misión Robinson. Conversamos y me cuenta la amiga que cuando comenzaba la Misión Robinson, su mamá se arregla para salir con lápices y cuaderno, y…
—¿Para dónde vas, mamá?
—Pues, voy a estudiar en la Misión Robinson.
—Pero eso es para la gente que no sabe leer y escribir… ¿Será que quieres darles clase?
—No, yo voy a estudiar.
Se había reunido con un grupo de amigas que, en efecto, no sabían leer. Y salió con ellas rumbo a la escuela. Y, junto con ellas terminó Robinson 1 y Robinson 2, para ir a sexto grado. Y después a Ribas. Y entraron a la Misión Sucre y varias de ellas se graduaron. Cada grado una fiesta, un fiestón y un nuevo impulso.
No sé cuánta gente hizo todo ese recorrido, pero sí sé que fueron bastantes. Otras personas se incorporaron para terminar el bachillerato y otras para entrar a la universidad, que siempre les había cerrado las puertas, y son abogadas, educadores, periodistas, gestores sociales, informáticas o técnicos superiores en Hidrocarburos, sí, por cientos de miles que vivieron una épica, que algunos no creían que se pudiera y otros despreciaron e incluso se dedicaron a poner trabas de todo tipo.
Como en los procesos de la vida real, alguna gente se frustró y abandonó. Hubo graduadas y graduados a quienes no les daban trabajo “porque eran de la Misión Sucre”. Otras hermanas y hermanos siguieron adelante y con esa fuerza de pueblo se han ido haciendo su lugar profesional de otra manera, con conocimientos, saberes y haceres, hijos de la lucha y del estudio, y la decisión de reivindicarnos como pueblo, aunque haya quien no crea.
Se me caen los lentes cuando voy a montarme en la camioneta. El colector grita para que pare la camioneta, recoge los lentes y me los devuelve:
—Gracias, hermano.
—No lo iba a dejar ciego.
Porque somos hermanos y hermanas cuando nos hacemos pueblo. Siempre habrá obstáculos, que los ponen quienes quieren vernos enfrentados los unos con los otros, porque, aunque no parezca, así somos más dóciles y fáciles de dominar. Hacernos pueblo digno y orgulloso de nosotros mismos, de eso trata la Revolución.
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